CAPÍTULO 11.
FUERA DEL REFUGIO
No explicó los motivos, pero entre nosotros se
rumoreaba que Gad, el profeta que nos había visitado esa jornada, le
había indicado que el Eterno le conminaba a abandonar el refugio.
(Unos años más adelante, llegué a la conclusión, de que David no
sólo había sido ungido con aceite cuando fue visitado por Samuel,
sino que esa unción era también espiritual, de forma que él mismo
era, aparte de un gran guerrero, una especie de profeta o soñador de
sueños. Además, sus composiciones tenían un halo de eternidad).
Al poco de salir de nuestro refugio, comenzó la acción.
David nos guiaba a defender a las poblaciones israelitas que eran
atacadas por los amalecitas, o por los temibles filisteos. Fue contra
ellos que observé por primera vez a David en combate.
Ocurrió a las afueras de Keila, los enemigos nos
superaban en número, pero David mostró un coraje increíble,
normalmente los jefes que había conocido, aunque valientes, tomaban
sus precauciones. Pero este hombre, es como si se creyera inmortal.
Encabezó nuestra carga recibiendo el impacto de varias
flechas en su escudo, que de forma inmediata cortó con la
excepcional espada que portaba, la que fue de Goliat. Y al llegar a
las líneas enemigas mató a tres o cuatro filisteos en apenas unos
instantes.
Todos nos contagiamos de su entusiasmo. A vanguardia
iban los veteranos y los más jóvenes nos situábamos en la
retaguardia. Pero todos luchamos con el mismo valor y coraje con el
que nuestro jefe nos guiaba.
La sangre me ardía dentro de mi cuerpo, cuando divisé
al filisteo que corría hacia mí, y recordé lo que me pasó con el
veterano asirio de similar estatura, allá en Karkemish.
No obstante, esta vez todo fue diferente. Si en aquella
ocasión tan solo podía, a duras penas repeler sus embestidas, ahora
en apenas dos golpes logré abatir a mi enemigo.
El vino hacia mí, pertrechado tras el escudo,
intentando atravesarme con su pesada jabalina. Al encontrarnos, me
tiré al suelo esquivando su golpe, e hiriéndole a la vez a la
altura de la rodilla, lo que le hizo caer. Y ahí estuvo mi ventaja,
pues logré levantarme rápidamente, apoyándome en mis botas
hititas, y herirlo con mi espada antes de que pudiera montar su
guardia.
Es como si una fuerza invisible me ayudara, no tenía
miedo y aunque ya tenía experiencia en combate, sentía que esta vez
luchaba con un propósito, con un motivo y bajo las órdenes de un
jefe que lo merecía. Pese a lo cual, aun me producía escalofrío
contemplar la muerte de un hombre. Por desgracia dentro de no mucho
tiempo, me acostumbraría a ello.
CAPÍTULO 12.
EL PERSEGUIDOR
IMPLACABLE
El Eterno nos concedió una gran victoria ese día. No
obstante, pronto aumentarían las dificultades. Parece que la locura
y obsesión de Saúl por destruir a David estaba sobrepasando todos
los límites. Pues había asesinado a muchos profetas y a sus
familias como represalia hacia ellos por haber ayudado, en su
momento, a David en su huída.
Abiatar, un sacerdote que pudo escapar, le dio las
tristes noticias a nuestro líder, quien se afligió en gran manera,
por esas vidas perdidas por el desvarío del rey. Desde ese momento,
Abiatar se unió a nosotros, traía consigo un efod que utilizaba
cuando quería consultar a Yahweh.
Yo no había visto antes una vestidura similar, estaba
adornado y muy bien trabajado, era de lino y tenía incrustaciones de
oro y colores púrpura y carmesí, y contenía además dos piedras
grabadas con los nombres de las doce tribus de Israel. Pensé que era
una vestidura apropiada para dirigirse al Señor de toda la belleza
de la creación.
Después de esto, anduvimos por lugares desiertos,
combatiendo contra las bandas que saqueaban la tierra de Israel,
siendo nosotros los que al final las saqueábamos a ellas, motivo por
el cual recibíamos la ayuda de los lugareños.
Asimismo garantizábamos la seguridad de los pastores
que guardaban sus rebaños por nuestra zona, por lo cual los dueños
del ganado nos daban provisiones, leche, quesos y algún que otro
cordero para nuestro mantenimiento. En el duro invierno, también
agradecíamos mucho, las pellizas de lana que nos protegían del
frío.
Mas una vez no fue así; unos pastores de Carmel
estuvieron con nosotros una temporada, hicimos amistad y los
protegimos de distintos ataques. Cuando terminaron su estancia allí,
nuestro jefe nos envió a algunos jóvenes a hablar con el dueño de
las ovejas, un tal Nabal.
Me tocó hablar a mí, que era el más curtido, dentro
de los jóvenes –Shalom, mi señor solicita, si hemos hallado
gracia ante tus ojos, nos des lo que tengas a mano para el sustento
de los hombres que han protegido tus intereses…- aún estaba
hablando cuando me interrumpió:
-¿Cómo?, ¿daros el qué?, ¿quién es ese David? Hay
muchos siervos que huyen de sus amos últimamente, que vuelva, se
humille y se someta a su rey…¡largo de aquí, andrajosos!- dijo
con el mismo tono despectivo, que yo conocía bien de los poderosos
allá en Karkemish, de quien nunca ha tenido que buscarse la vida, de
quien se lo ha encontrado todo hecho y mira por encima del hombro a
los demás creyendo ser algo, era una actitud que verdaderamente, me
resultaba, altamente, repulsiva.
Muchos recuerdos vinieron a mi mente en ese momento,
recordaba a mi padre sufriendo bajo tipos así, durante tantos años,
y deseé hundir mi espada en su voluptuoso vientre. Sin embargo,
David nos ordenó actuar con cortesía, por lo que solo le dije:
-Nosotros hemos venido con humildad ante ti, y tus
palabras son hirientes y soberbias contra nosotros, que el Eterno
haga justicia entre tu comportamiento y el nuestro.-
-Pero ¿de qué hablas?, ¡salid de aquí antes de que
mande a mis siervos y os vayáis apaleados!- ante lo tenso de la
situación, decidimos retirarnos con mucha rabia interior, para
solicitar órdenes de nuestro jefe.
Cuando regresamos y dimos las nuevas, el hijo de Isaí
montó en cólera, tenía un alto sentido de la justicia y aborrecía
a la gente altiva, con lo que ordenó prepararnos para darle un
escarmiento.
Pero Abigail, la mujer de este impío, preparó víveres
por su cuenta y nos los ofreció cuando íbamos a destruir la heredad
de su marido, sin que éste lo supiera. Era hermosa, tenía el
cabello rubio y los ojos azules, era esbelta y elegante, aunque en su
mirada se podía entrever que no era muy feliz. Lo que sí era es muy
inteligente, y sabía acerca de David, pues le dio palabras de ánimo
y le dijo que el Creador le daría el trono y le establecería una
casa duradera.
Esas palabras fortalecieron y calmaron a David, es como
si, de vez en cuando, el Bendito le ofreciera un refrigerio en medio
de los desiertos en los que nos movíamos, y le recordara el plan que
estaba establecido para él.
Abigail halló gracia ante los ojos de David y éste se
retiró. Sin embargo el Eterno hizo justicia e hirió a Nabal en su
cuerpo, muriendo pocos días después de estos sucesos. Tras lo
cual, David preguntó por Abigail y la tomó por esposa.
Siempre estábamos con el aliento de Saúl en nuestra
nuca. Una vez estuvo a punto de atraparnos, pero un aviso de una
incursión filistea le hizo retirarse de nosotros, muy a su pesar,
cuando estaba a punto de rodearnos. Algunos dijeron que tuvimos mucha
suerte, yo sé que el Bendito nos guardó en ese día, pues nos
superaban en número, ya que eran unos tres mil, y nos tenían
prácticamente acorralados. Nos preparábamos para defendernos,
siendo conscientes de que, muy probablemente, no saldríamos de allí
con vida, cuando nuestros ojos observaron, como se retiraron
apresuradamente. Realmente, todos nos quedamos muy sorprendidos.
Además, David no quería enfrentarse a campo abierto
contra Saúl, pensábamos que era por estrategia militar, debido a la
disparidad de fuerzas, pero más adelante, descubrimos que no quería
alzar su mano contra aquel que había sido ungido por rey, aunque
ahora no tuviera el favor de Yahweh.
Esto lo comprobamos, especialmente, en dos ocasiones:
CAPÍTULO 13.
NO TOCAD AL UNGIDO
La primera ocurrió en las zonas desérticas cercanas al
oasis de Engadi. El paisaje en derredor es árido, rocoso, muy
escarpado, con laderas abruptas que conducen al Mar Salado. Sin
embargo, el oasis era un lugar esencial para nosotros, hay agua en
abundancia y está rodeado por numerosas cuevas y estructuras rocosas
que, usadas con la inteligencia de alguien como David, sirven de
parapeto natural. Era fácil montar una buena estructura defensiva
mientras nos aprovisionábamos de agua.
-Engadi es como la Torah del Eterno- me dijo Eliam.
-¿Cómo dices?- le pregunté intrigado.
-Al igual que este gran oasis nos da vida en medio de
este árido desierto, la Palabra del Eterno, cuando uno la escucha,
refresca su alma, aunque esté pasando por el más seco y caluroso
erial.- su explicación se me quedó grabada y aún hoy la recuerdo
con agrado.
Por desgracia para nosotros, no podíamos permanecer
mucho tiempo en ese paraíso de agua y exóticos árboles, de cuya
resina se obtienen muy buenos ungüentos. Una vez más, tuvimos que
adentrarnos en las zonas desérticas cercanas al mar salado, huyendo
de nuestro principal enemigo.
En nuestra huida, encontramos una amplia cueva que nos
sirvió de refugio. Llevábamos poco tiempo instalados, cuando los
vigías mandaron guardar silencio y adentrarnos en lo más profundo
de la cueva. El motivo era que, para nuestra sorpresa, ¡el rey Saúl
entró para hacer sus necesidades en ella sin saber que estábamos
allí!
-¡Se acabaron nuestros problemas!- exclamó Ahimelec al
observar a David acercarse sigilosamente hacia su enemigo, que se
había desprendido de sus armas y su manto.
-¡Menuda forma más deshonrosa de morir va a tener-
continuó diciendo.
Sin embargo, David tan sólo recortó el borde del manto
del rey, sin que este se diera cuenta. Y al día siguiente, situado a
una distancia prudentemente alejada, pero a la vez que permitiera a
sus enemigos poder oír lo que tenía que decir, David le enseñó el
borde cortado de su manto.
Saúl, avergonzado, se retiró aquella jornada, al ver
que David le había devuelto bien por mal, pero todos sabíamos que
esta historia no había llegado a su fin, ni mucho menos.
No nos equivocábamos, Saúl volvió a perseguirnos y,
de nuevo, en una segunda ocasión, nuestro jefe tuvo oportunidad
clara de acabar con su vida.
Estábamos en el desierto de Zif y escuchamos que Saúl
estaba cerca de la colina de Haquila. Era el decimoquinto día del
mes de Adar, la luna estaba llena en su esplendor y la noche era
fría.
Nuevamente nos tocó a los más jóvenes salir a espiar.
Y de nuevo yo, siendo algo mayor, los dirigía. David confiaba en mí,
siempre le respondía satisfactoriamente, además me desenvolvía muy
bien en el terreno montañoso pues es el terreno en el que los
hititas nos hemos movido con facilidad desde siempre.
Efectivamente, las noticias que nos llegaron eran
ciertas. Saúl estaba acampado frente a Jesimón, cerca de nosotros,
con un ejército de unos tres mil hombres bien armados, de lo mejor
de sus batallones.
Cuando les dimos las novedades a nuestro futuro rey,
éste quiso acercarse por sí mismo a observar el campamento de su
enemigo. Mi amigo Ahimelec y un valiente y diestro guerrero llamado
Abisai, lo acompañaron.
Y de nuevo comprobé como fue verdad lo que nos dijo
David, de que veríamos cosas sorprendentes y seríamos testigos del
poder del Eterno. Llegamos a una colina cercana al lugar donde el
ejército del rey estaba acampado. Estaban dormidos, colocados en
formación circular, con el rey Saúl y su general Abner en medio del
campamento y los tres mil guerreros escogidos a su alrededor.
Entonces el hijo de Isaí, dijo mirando a Ahimelec y
Abisai, pero escuchando también nosotros, los más jóvenes:
-¿Quién descenderá conmigo, al centro del campamento
donde se encuentra Saúl?-
Hasta para un guerrero, a veces inconsciente, como era
Ahimelec, la proposición de David, parecía suicida y se quedó como
bloqueado. Sin embargo, Abisai, que además de fiel guerrero era
familiar suyo, dijo:
-¡Yo iré!- nos quedamos asombrados con la
determinación de David y la respuesta valiente de Abisai, y
contuvimos el aliento cuando los vimos descender, pues en estos
parajes desérticos, se divisa bastante bien a cierta distancia,
cuando hay luna llena.
Lo que presencié fue increíble, David y Abisai pasaron
por en medio de centenares de soldados, cuyos centinelas parecían
estar dormidos, hasta que llegaron al lugar donde se encontraba el
mismísimo rey Saúl.
-¡Mira Urías, mira a Abisai!- me dijo Ahimelec cuando
lo vio blandiendo su lanza, haciendo gestos amenazantes sobre Saúl.
-Creo que a nuestro perseguidor, esta vez sí, le ha
llegado la hora… pero ¡mira a David!- exclamé cuando observamos
como le bajaba la mano a Abisai, y le ordenaba que cogiera la lanza y
la jarra del rey y abandonaran el lugar.
Jamás había visto nunca a nadie actuar de esa forma,
le volvió a perdonar la vida, pues no consideraba correcto arremeter
contra aquel que había sido ungido por rey ante Yahweh.
Cuando llegaron hasta nosotros, nos alejamos subiendo
hasta la cima de la colina, entonces nos paramos y David nos dijo
mirando la lanza de hierro artesonado de Saúl:
-Con esta lanza intentó Saúl quitarme la vida, hace
algunos años, allí en el palacio real, enclavándola en la pared,
cuando le esquivé. Hoy la utilizaré para clavársela a él en su
orgullo y su conciencia, si aún la conserva.- Entonces, David dio
voces, mostrando la lanza y la jarra, y cuando Saúl despertó,
reconoció su voz aunque no veía su rostro, pues aún no había
amanecido, y de nuevo, aparentemente avergonzado, el rey se alejó de
nosotros.
Al día siguiente, David nos reunió y nos dijo:
-Sin duda Saúl volverá a perseguirnos, no nos dará
tregua y yo no pienso alzar mi mano contra él, que el Eterno me haga
justicia y me libre de mi acosador, como bien considere.
Muchos de los que estáis aquí conmigo, lleváis
bastante tiempo separados de vuestras mujeres e hijos, y temo que
Saúl tome represalias contra ellos. He estado meditando y pienso que
deberíamos irnos de la tierra de Israel, pues mientras estemos
dentro de ella, Saúl no cesará de buscar nuestra muerte.
Es arriesgado, pero iremos a Gad y ofreceremos nuestros
servicios al rey Aquis, quizás allí podamos hallar algo de reposo y
reunirnos con nuestras familias.- Nos dijo nuestro jefe, notándose
la desesperación que sentía al verse acosado sin tregua por el rey,
desesperación que nos llevó a estar entre…
CAPÍTULO 14.
ENTRE FILISTEOS
A Eliam y otros muchos que tenían familia, la idea, les
pareció bien pues echaban de menos a los suyos, y los que no tenían
cargas familiares no se opusieron, por lo que iniciamos la marcha
hacia Gat.
Éramos
ya unos seiscientos hombres cuando acudimos a Aquis, rey de Gat, una
de las cinco ciudades-estado filisteas, que aunque eran
independientes entre sí, se aliaban rápidamente a la hora de ir a
la guerra, y mantenían estrechas relaciones comerciales y culturales
entre ellas.
David envió emisarios, con el mensaje de que huíamos
de Saúl, y que nos ofrecíamos para servirle como mercenarios.
Aquis,
sabía que Saúl nos perseguía, y había escuchado de la capacidad
militar de David, por lo cual aceptó el ofrecimiento, y nos instaló
en una aldea, Siclag, donde pudimos reunirnos con nuestras familias
–yo ya me consideraba parte de la familia de Eliam- lo que nos
llenó de alegría.
Pero
teníamos que pagar un coste al rey filisteo, un coste en ganado,
provisiones y objetos valiosos, que Aquis pensaba, conseguiríamos de
saquear a nuestra propia gente en tierra de Israel.
Sin
embargo, David nos dirigía hacia el sur, a escondidas de Aquis, y
atacábamos a bandas de amalecitas y otros grupos que atosigaban al
pueblo hebreo, y de ellos conseguíamos el botín.
Pero
para que el plan saliera bien, era necesario, según David, que no
dejásemos supervivientes en nuestros ataques, cosa que –aunque
comprendía su lógica- me entristecía y me angustiaba, por lo cual,
cuando ya habíamos vencido, y veía al enemigo derrotado, me
retiraba, junto con otros, del lugar de la contienda. Entonces
pensaba que tal derramamiento de sangre, algún día pasaría factura
a mi futuro rey.
Pero en nuestras filas, había gente de diversa
procedencia, y entre ellos, figuraban algunos individuos que no
tenían escrúpulos en cumplir dicha orden.
David
engañó a Aquis de forma total, y éste pensaba que nos habíamos
hecho abominables ante los ojos de Israel.
Yo me instalé, como no podía ser de otro modo, con la
familia de Eliam, y fue en ese tiempo cuando empecé a fijarme en su
hija Betsabé, se había convertido en una joven tremendamente
hermosa, que más adelante se convertiría en la mujer más bella que
jamás vi en todos los días de mi vida: Tenía una esbelta y firme
figura, el pelo negro, ondulado, muy largo y unos preciosos ojos
extremadamente expresivos, que me recordaban a los de las mujeres de
Tiro. Tenía además un carácter extrovertido y era muy simpática.
Contaba ya con dieciséis años y ya tenía más de un
pretendiente, pues las mujeres hebreas son dadas en casamiento a una
edad temprana, lo que a mi amigo Eliam, le quitaba el sueño.
-Es increíble cómo crecen, un día juegan en tus
rodillas y al otro ya están pensando en casarse- me decía Eliam –ya
me han llegado varios pretendiéndola, y no sé, me dan ganas de
darles de puñetazos- ¡arrea! pensé, a ver como le digo yo a éste
que me he fijado en la niña de sus ojos.
Pues fue en ese tiempo la primera vez que se me pasó
por la mente la posibilidad de solicitar a Eliam su mano, aunque las
duras pruebas que nos iban a acontecer en breve, harían un
paréntesis en mis pensamientos sobre dichos planes de futuro.
Ya
que, lo que no sabíamos ni Eliam ni yo, es que pronto ocurriría un
suceso que nos iba a quitar algo más que el sueño.
En primavera, los reyes filisteos de Gaza, Ascalón,
Asdod y Ecrón se concertaron para atacar a Israel, y también dieron
aviso a Aquis rey de Gat, para que se uniera a ellos.
Cuando vimos aparecer a David, supimos que algo no
andaba bien. Aquis había requerido nuestros servicios para ir con él
a la guerra contra Saúl, pues pensaba que el hijo de Isaí
combatiría gustoso contra su enemigo.
David fingió estar dispuesto, mas cuando llegó a
Siclag ordenó que todo aquel que temiera al Eterno, pidiera en
oración para que no tuviéramos que enfrentarnos a nuestros
hermanos, y así lo hicimos dirigidos por el sacerdote Abiatar.
Al día siguiente nos unimos a las tropas de Aquís.
Eliam y otros estaban decididos a no levantar su mano contra el
pueblo elegido, pasase lo que pasase. La tensión se palpaba en el
ambiente y no sabíamos que nos iba a deparar ese día.
-¿Cómo vamos a luchar contra los nuestros? ¡En verdad
que no lo haré, no pienso levantar mi espada contra los míos, ni
asaltar sus tierras y ganados, en ninguna manera, así me haga Yahwe
y aún me añada, si lo hago!- nos decía el valiente Abisai,
vehementemente.
-Confía en el Eterno, Abisai, tú eres testigo de cómo
el hijo de Isaí perdonó la vida de su enemigo por no alzar su mano
contra el ungido de nuestro Adonai. Él nos sacará de esta
situación.- Le respondía Eliam, mientras nos dirigíamos al frente
de batalla.
Y no se equivocaba, pues al poco de llegar, tuvimos
buenas noticias al respecto.
-¡El Eterno nos escuchó!- venía exclamando Ahimelec,
quien se encontraba al lado de David cuando éste fue a presentarse
ante Aquis.
-¡Los demás príncipes de los filisteos no se fían de
nosotros y Aquis nos ha mandado de vuelta a Siclag!, David simuló
estar disgustado ante él, pero cuando salimos de su tienda daba
saltos de alegría y alababa a Adonai quien nos ha librado de este
apuro- nos comentó emocionado Ahimelec.
Hubo alegría y una sensación de alivio generalizada en
el campamento y en seguida nos dirigimos de vuelta a Siclag.
Sin embargo, no nos duró mucho esa alegría, ya que,
después de tres días de camino, al acercarnos a nuestra ciudad,
vimos el humo que salía de ella y nos temimos lo peor.
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