CAPÍTULO 8.
LA VIDA EN GILO
La mayor parte de la ciudad estaba formada por casas de
un solo cuarto, hechas de adobe, con un pequeño patio delantero. Así
viven la mayoría de los jornaleros.
Luego había un grupo de casas hechas de piedras
ásperas, muy abundantes en la región, que tenían dos o tres
departamentos alrededor de un patio interior, éstas están habitadas
por los que son algo más pudientes económicamente, bien porque
posean una mejor heredad, ganado, o porque sean artesanos
cualificados, como era el caso de la familia de Eliam que se dedicaba
a la construcción de casas.
Cuando llegamos, nos recibieron muy afectuosamente y nos
trataron muy bien, más adelante aprendí, que también la Torah
mandaba ser hospitalarios con los extranjeros, en memoria del tiempo
que Israel fue extranjera en Egipto.
Ahitofel, el padre de Eliam, preparó un par de
corderos, panes de higos y miel de dátil de las palmeras de Jericó,
buenísima, que había adquirido para la ocasión. Y es que la tierra
de Israel me pareció realmente hermosa y con gran variedad de
paisajes y climas. Ya Eliam me había hablado de ella y de las “siete
especies” que el Eterno anunció a los hijos de Israel, que
hallarían en esta tierra:
“Porque Yahweh tu Dios te introduce en la buena
tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que
brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides,
higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra en
la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella…”
este pasaje, me lo relataba Eliam de memoria, pues le encantaba
meditar y memorizar los textos de la ley.
-Pero esta bella tierra depende del Eterno, para
producir toda esta riqueza- me decía Eliam –cuando nuestros
antepasados estaban en Egipto, las cosechas estaban garantizadas por
el Nilo, puesto que hacíamos surcos en sus riveras y siempre
teníamos trigo y productos de regadío, sin embargo allí sus almas
estaban afligidas a causa de la opresión.
Por otro lado, aquí somos libres, pero nuestras
cosechas dependen de la voluntad del Eterno en proveernos de las
lluvias tempranas en la siembra, y de las tardías poco antes de las
cosechas. Nuestro Adonai, nos prometió que si anduviésemos en sus
caminos, obedeciendo sus mandatos, nunca nos faltarían dichas
lluvias- continuó explicándome.
-Qué interesante me parece todo esto Eliam- comenté –
empiezo a verle la lógica; el Creador se deleita en la obediencia de
su pueblo y promete bendiciones a raudales, cuando la recibe-
declaré.
-Exactamente, Urías, así es, aquí dependemos
totalmente de Él, el ha puesto delante de nosotros la bendición o
la maldición, y debemos escoger- me confirmó.
Tampoco faltaba el buen vino, en esta tierra, y Ahimelec
y yo nos quedamos asombrados del ambiente familiar tan bueno y
agradable. Unos muchachos tocaban una especie de arpa pequeña y las
jóvenes hijas de Eliam danzaban con alegría.
Betsabé, la de edad más temprana, tenía un arte
especial para la danza. Aunque en ese momento ni se me pasaba por la
cabeza, fue la primera vez que vi a la que, algunos años después,
sería mi amada esposa.
La casa era más bella por dentro que por fuera, tenía
tres departamentos, alrededor de un gran patio interior. En el centro
del cual había una enorme higuera, muy copada, y junto a ella varias
vides guiadas hacia un enramado hecho de cañas. Y en la parte
superior había un aposento alto, en el cual nos alojaron.
Vivían unas veinticinco personas, abuelos, tíos,
primos, en comunidad. Los padres dirigían el trabajo y se dedicaban
además a enseñar los principios fundamentales de la Torah, a sus
hijos, pues se consideraban verdaderos israelitas, según decían. En
las puertas de las casas tenían textos escritos y los niños
repetían todos los días:
“Shemá
Israel (Oye, Israel): Yahweh nuestro Dios Yahweh uno es. Y amarás a
Yahweh tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas
tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu
corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando
en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te
levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como
frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa,
y en tus puertas.”
Las
mujeres, se encargaban de las tareas domésticas trabajando
duramente, permanecían sujetas a sus maridos pero era muy bien
tratadas por éstos, que las respetaban. Además, al contrario de lo
que pasaba en muchos sitios, éstas podían poseer propiedades,
podían comprar y vender e incluso podían formalizar contratos
legales. También cuando la comunidad se hallaba en dificultades por
situaciones económicas o de otra índole, se ponían codo con codo
con los hombres para tratar de salir de ellas.
Pronto nos acostumbramos a vivir como ellos, trabajando
duramente, construíamos casas, graneros, cercados, cavábamos
cisternas, un poco de todo, y todo bastante duro…
A veces Ahimelec me decía en tono de broma:
-Anda que sí sé lo que me esperaba te iba a seguir
hasta aquí... como me has engañado, je,je- hablaba mientras se
secaba el sudor de la frente.
Pero, como digo, nuestra adaptación iba a buen ritmo,
nos absteníamos de algunos alimentos considerados impuros por los
hebreos y guardábamos el sábado como día de reposo.
Definitivamente, ¡queríamos ser israelitas!
Los
sábados me sentaba con Ahitofel y Eliam debajo de la higuera o de la
parra y escuchaba y aprendía acerca de los mandatos del Eterno.
Ahitofel me decía que no era necesario que me convirtiera en hebreo,
que los extranjeros también podíamos lograr el favor de Yahweh,
siguiendo lo que él llamaba las leyes de Noé.
Éstas, básicamente consistían en unas normas básicas
de comportamiento, no robar ni asesinar, ser justo, huír de
idolatrías, y por encima de todo reconocer que hay un solo Dios, que
merece respeto y reverencia.
Pero, yo tenía mucha sed de la Ley de Yahweh y quería
pertenecer a su pueblo, no me quería limitar a esas normas
esenciales, porque me deleitaba al escuchar su Ley, y sentía como si
mi interior, mis entrañas se regocijaran al oír su sabiduría.
-¡Entonces
debes circuncidarte! Ahora veremos si de verdad quieres ser hebreo-
me dijo Ahitofel. Ya había escuchado sobre el tema, y, aunque me
preocupaba no lo dudé. –¡Pues vamos a ello!- exclamé intentando
no mostrar mi temor.
Enseguida
nos dirigimos a casa de unos levitas descendientes de Aarón, que
habitaban en la ciudad. Uno de ellos me circuncidó y pasé tres días
sin poder apenas moverme, pues esto es algo que se suele hacer a los
bebés, cuando cumplen ocho días de nacer, pero de mayor, las
primeras jornadas, hasta que cicatriza la herida, se pasan bastante
mal.
No obstante, me sentía muy contento de haberlo hecho.
Tras lo cual fui unido por fin al pueblo del Eterno. Al mes siguiente
también mi amigo Ahimelec se circuncidó.
Yo pienso que de verdad el también creyó, aunque creo
que Sara, la bella gilolita que por fin se había hecho dueña de su
corazón, influyó bastante, pues ya no estábamos en Tiro y se había
fijado en una virgen de Israel. Y aquí se tiene en muy alta estima
la virginidad de las jóvenes, incluso hay un texto en la Torah, en
el que se establecen sanciones para aquél que difame falsamente a
una joven de Israel, dañando su reputación.
Así que, al poco tiempo se desposó con Sara. Quién me
lo iba a decir, Ahimelec al que le encantaba “ir revoloteando de
flor en flor”, ahora se comportaba como el más fiel de los
prometidos. Por cierto, tuve que dejarle parte de mis ahorros para
que pudiera ofrecer algo de dote, ya que él había despilfarrado,
totalmente, las ganancias que obtuvimos en Tiro, es que… estos
vividores siempre salen ganando.
Fue un buen tiempo el que pasamos en Gilo, no teníamos
la opresión de Karkemish, tampoco el jolgorio descontrolado de Tiro,
pero vivíamos en paz, integrándonos en el grupo familiar.
Aunque esto no nos duró mucho. Un día llegaron unas
nuevas que no cayeron nada bien, en el seno de nuestra comunidad:
CAPÍTULO 9.
TRAS DAVID
David, el que había de ser rey según nos decía Eliam,
el oficial más querido del ejército de Saúl, se había convertido
en un fugitivo de éste, al que perseguía de manera implacable.
David era muy querido por el pueblo, y aunque Saúl lo
buscaba sin descanso, muchos de los que lo habían visto en su huida
no lo delataban, pues recordaban cuán grandes victorias el Eterno le
había concedido, cuando salía con el ejército.
Un día, un amigo de Eliam le comentó que se había
visto a David por la zona de Adulam y que muchos se estaban uniendo a
él. Eliam no lo dudó, cogió sus armas, provisiones, puso en orden
su casa y se encaminó a buscar a David. Ahimelec y yo marchamos con
él.
La región de Adulam estaba como a un día de camino
dirección suroeste de donde nos situábamos. Es una zona en la que
abundan las cuevas, y en una de ellas, de difícil acceso,
encontramos a David.
Sus padres y hermanos se habían unido a él.
Igualmente, todo el que tenía deudas, o había estado oprimido o
huía de cualquier problema, se estaba uniendo a él. Por ese motivo
se trataba de un grupo variopinto, con gente de distintos ánimos e
intereses, gente con buenas intenciones y otros con corazón más
sombrío.
Cuando llegamos a la entrada, nos dieron el alto, nos
rodearon y empezaron a interrogarnos con desconfianza, pasamos un
momento de tensión, mas Eliab el hermano de David que había servido
con Eliam en la batalla de Elah, les habló diciendo:
-¡Tranquilos, conozco a este hombre! Es un varón justo
y de una sola palabra, podéis dejarlos pasar con total tranquilidad-
los hombres que nos rodeaban guardaron sus armas y Eliab nos llevó
hasta donde se encontraba David.
Aunque aun era joven y de buen parecer, ya se notaba en
su rostro la huella y la dureza de la guerra, tenía varias
cicatrices no muy grandes en el cuello y los brazos. Yo me lo
imaginaba más alto, pero sí parecía bastante robusto, no era
grueso, pero tampoco delgado, y se notaba en sus brazos, el duro
entrenamiento y las batallas que ya había librado, pues parecían
poderosos. Al vernos nos preguntó:
-¿De quién huís?, ¿tenéis muchas deudas?, no
avergonzaros. Aquí cada cual tiene su historia- hablaba con decisión
y había fuerza en sus palabras, pero a la vez notábamos que se
dirigía a nosotros con cortesía.
-No, mi señor- respondió Eliam- tu siervo conoce
personalmente a Samuel, quien me reveló que Saúl ya no tiene el
favor de Yahweh, y que el trono de Israel te ha sido dado. Por eso he
decidido seguirte, pues sé que la palabra de Yahweh, siempre se
cumple.
Los hombres que me acompañan son de origen heteo,
hombres fuertes instruidos en la guerra y que han decidido formar
parte de los escuadrones de Yahweh, Bendito sea, pues incluso ya se
han circuncidado.-
Al escucharnos David se quedó perplejo, sonrió, alzo
las manos al cielo y alabó allí mismo, delante de todos al Eterno,
diciendo:
-¡Bendito eres tu Adonai, Rey del universo que has
utilizado a estos hombres para fortalecer mi ánimo y para recordarme
que siempre cumples tus promesas, alabado seas por siempre!-
Enseguida nos abrazó y nos dijo:
-¡Bienvenidos hermanos!, es un honor que os hayáis
unido a nosotros, no tengo ni puedo prometeros riqueza, ni
comodidades. Si os quedáis hallaréis batallas, escasez y
penalidades, pero no me equivoco si os digo que veréis grandes
maravillas y el poder del Eterno.-
Realmente, había algo especial en David; demostraba
mucha sabiduría e intentaba seguir los mandatos del Bendito. Por
ejemplo, al poco de llegar nosotros, buscó refugio para sus padres
en Moab (su bisabuela había sido moabita, Ruth, de quien Eliam me
contó la historia), preocupándose por el bienestar de ellos como
manda la Torah.
También tenía un don para componer música con su
pequeña arpa, y las canciones que escribía en unas tablillas que él
mismo preparaba, siempre daban gloria a Elohim, nunca había visto a
nadie semejante entre los jefes militares que conocí en Karkemish.
CAPÍTULO 10.
SALMOS EN LA NOCHE
Una noche en la cueva, me tocó estar de guardia en la
entrada, y al finalizar mi turno, ya tarde, observé que mi futuro
rey, estaba alejado del resto de los hombres en un rincón, con una
lámpara de aceite, tocando suavemente el arpa y cantando, apenas
susurrando. Me acerqué despacio y escuché lo que entonaba:
-…este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó
de todas sus angustias.
El ángel del Señor acampa alrededor de los que le
temen y los rescata.
Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán
bienaventurado es el hombre que en El se refugia!...-
David observó que lo escuchaba con atención, y me
dijo:
-Acércate joven Urías- me sorprendió que recordara mi
nombre –ven, siéntate a mi lado, el sueño se ha ido de mí y me
vendrá bien tener alguien con quien conversar.
Dicen que eres heteo de nacimiento, ¿cómo es que has
llegado hasta aquí?- me preguntó, y abriendo mi boca le conté la
historia de mi vida hasta ese momento y cómo me había convertido de
los ídolos a Yahweh.
Él me escuchaba con atención, nuestra presencia allí
le complacía, y con el paso de los minutos me abrió su corazón.
Me contó como había tenido que huir de Saúl, a pesar
de ser su yerno e íntimo amigo de su hijo Jonatán, de quién se
había despedido con muchas lágrimas no hace mucho. Me dijo que el
miedo se apoderó de él y actuó por impulsos, inconscientemente en
parte, mintiendo al sacerdote Ahimelec para recibir su ayuda y
escapando imprudentemente hacia Gat de los filisteos.
Y que allí, en tierra filistea, fue reconocido y para
salvar la vida tuvo que hacerse pasar por loco, para evitar ser
apresado, me contó como vio la muerte de cerca y experimentó la
salvación del Eterno.
-La canción que me escuchabas cantar- me dijo –la
compuse al poco de llegar a la cueva, recordando este suceso.-
Y así estuvimos varias horas hablando, a la tenue luz
de la lámpara, y me cantó algunas canciones más que el Eterno le
había permitido componer allí, recuerdo algunos párrafos que
decían:
“Clamo al Señor con mi voz; con mi voz suplico al
Señor.
Delante de El expongo mi queja; en su presencia
manifiesto mi angustia.
Cuando mi espíritu desmayaba dentro de mí, tu
conociste mi senda.”
Fue un buen tiempo el de esa noche.
Los días pasaban y se observaba como la moral de David
iba aumentando de la misma forma que el número de los hombres que
estábamos a su mando, ya éramos unos cuatrocientos.
La cueva era un buen refugio, casi inexpugnable y muy
fácil de proteger, además contábamos con la lealtad de las aldeas
cercanas, a quienes protegíamos, para no ser descubiertos.
Los hombres parecían estar acomodándose allí, y
hablaban incluso de establecerse, trayendo a sus familias. Sin
embargo, un día, después de consultar a su Dios, David dio órdenes
de levantar el campamento y marchar hacia tierra de Judá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario