lunes, 10 de junio de 2019

Urias heteo. Un relato novelado. Capítulos 8 al 10

CAPÍTULO 8.
LA VIDA EN GILO


La mayor parte de la ciudad estaba formada por casas de un solo cuarto, hechas de adobe, con un pequeño patio delantero. Así viven la mayoría de los jornaleros.

Luego había un grupo de casas hechas de piedras ásperas, muy abundantes en la región, que tenían dos o tres departamentos alrededor de un patio interior, éstas están habitadas por los que son algo más pudientes económicamente, bien porque posean una mejor heredad, ganado, o porque sean artesanos cualificados, como era el caso de la familia de Eliam que se dedicaba a la construcción de casas.

Cuando llegamos, nos recibieron muy afectuosamente y nos trataron muy bien, más adelante aprendí, que también la Torah mandaba ser hospitalarios con los extranjeros, en memoria del tiempo que Israel fue extranjera en Egipto.

Ahitofel, el padre de Eliam, preparó un par de corderos, panes de higos y miel de dátil de las palmeras de Jericó, buenísima, que había adquirido para la ocasión. Y es que la tierra de Israel me pareció realmente hermosa y con gran variedad de paisajes y climas. Ya Eliam me había hablado de ella y de las “siete especies” que el Eterno anunció a los hijos de Israel, que hallarían en esta tierra:

Porque Yahweh tu Dios te introduce en la buena tierra, tierra de arroyos, de aguas, de fuentes y de manantiales, que brotan en vegas y montes; tierra de trigo y cebada, de vides, higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel; tierra en la cual no comerás el pan con escasez, ni te faltará nada en ella…” este pasaje, me lo relataba Eliam de memoria, pues le encantaba meditar y memorizar los textos de la ley.

-Pero esta bella tierra depende del Eterno, para producir toda esta riqueza- me decía Eliam –cuando nuestros antepasados estaban en Egipto, las cosechas estaban garantizadas por el Nilo, puesto que hacíamos surcos en sus riveras y siempre teníamos trigo y productos de regadío, sin embargo allí sus almas estaban afligidas a causa de la opresión.

Por otro lado, aquí somos libres, pero nuestras cosechas dependen de la voluntad del Eterno en proveernos de las lluvias tempranas en la siembra, y de las tardías poco antes de las cosechas. Nuestro Adonai, nos prometió que si anduviésemos en sus caminos, obedeciendo sus mandatos, nunca nos faltarían dichas lluvias- continuó explicándome.

-Qué interesante me parece todo esto Eliam- comenté – empiezo a verle la lógica; el Creador se deleita en la obediencia de su pueblo y promete bendiciones a raudales, cuando la recibe- declaré.

-Exactamente, Urías, así es, aquí dependemos totalmente de Él, el ha puesto delante de nosotros la bendición o la maldición, y debemos escoger- me confirmó.

Tampoco faltaba el buen vino, en esta tierra, y Ahimelec y yo nos quedamos asombrados del ambiente familiar tan bueno y agradable. Unos muchachos tocaban una especie de arpa pequeña y las jóvenes hijas de Eliam danzaban con alegría.

Betsabé, la de edad más temprana, tenía un arte especial para la danza. Aunque en ese momento ni se me pasaba por la cabeza, fue la primera vez que vi a la que, algunos años después, sería mi amada esposa.

La casa era más bella por dentro que por fuera, tenía tres departamentos, alrededor de un gran patio interior. En el centro del cual había una enorme higuera, muy copada, y junto a ella varias vides guiadas hacia un enramado hecho de cañas. Y en la parte superior había un aposento alto, en el cual nos alojaron.

Vivían unas veinticinco personas, abuelos, tíos, primos, en comunidad. Los padres dirigían el trabajo y se dedicaban además a enseñar los principios fundamentales de la Torah, a sus hijos, pues se consideraban verdaderos israelitas, según decían. En las puertas de las casas tenían textos escritos y los niños repetían todos los días:

Shemá Israel (Oye, Israel): Yahweh nuestro Dios Yahweh uno es. Y amarás a Yahweh tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.”


Las mujeres, se encargaban de las tareas domésticas trabajando duramente, permanecían sujetas a sus maridos pero era muy bien tratadas por éstos, que las respetaban. Además, al contrario de lo que pasaba en muchos sitios, éstas podían poseer propiedades, podían comprar y vender e incluso podían formalizar contratos legales. También cuando la comunidad se hallaba en dificultades por situaciones económicas o de otra índole, se ponían codo con codo con los hombres para tratar de salir de ellas.

Pronto nos acostumbramos a vivir como ellos, trabajando duramente, construíamos casas, graneros, cercados, cavábamos cisternas, un poco de todo, y todo bastante duro…

A veces Ahimelec me decía en tono de broma:

-Anda que sí sé lo que me esperaba te iba a seguir hasta aquí... como me has engañado, je,je- hablaba mientras se secaba el sudor de la frente.

Pero, como digo, nuestra adaptación iba a buen ritmo, nos absteníamos de algunos alimentos considerados impuros por los hebreos y guardábamos el sábado como día de reposo. Definitivamente, ¡queríamos ser israelitas!

Los sábados me sentaba con Ahitofel y Eliam debajo de la higuera o de la parra y escuchaba y aprendía acerca de los mandatos del Eterno. Ahitofel me decía que no era necesario que me convirtiera en hebreo, que los extranjeros también podíamos lograr el favor de Yahweh, siguiendo lo que él llamaba las leyes de Noé.

Éstas, básicamente consistían en unas normas básicas de comportamiento, no robar ni asesinar, ser justo, huír de idolatrías, y por encima de todo reconocer que hay un solo Dios, que merece respeto y reverencia.

Pero, yo tenía mucha sed de la Ley de Yahweh y quería pertenecer a su pueblo, no me quería limitar a esas normas esenciales, porque me deleitaba al escuchar su Ley, y sentía como si mi interior, mis entrañas se regocijaran al oír su sabiduría.

-¡Entonces debes circuncidarte! Ahora veremos si de verdad quieres ser hebreo- me dijo Ahitofel. Ya había escuchado sobre el tema, y, aunque me preocupaba no lo dudé. –¡Pues vamos a ello!- exclamé intentando no mostrar mi temor.

Enseguida nos dirigimos a casa de unos levitas descendientes de Aarón, que habitaban en la ciudad. Uno de ellos me circuncidó y pasé tres días sin poder apenas moverme, pues esto es algo que se suele hacer a los bebés, cuando cumplen ocho días de nacer, pero de mayor, las primeras jornadas, hasta que cicatriza la herida, se pasan bastante mal.

No obstante, me sentía muy contento de haberlo hecho. Tras lo cual fui unido por fin al pueblo del Eterno. Al mes siguiente también mi amigo Ahimelec se circuncidó.

Yo pienso que de verdad el también creyó, aunque creo que Sara, la bella gilolita que por fin se había hecho dueña de su corazón, influyó bastante, pues ya no estábamos en Tiro y se había fijado en una virgen de Israel. Y aquí se tiene en muy alta estima la virginidad de las jóvenes, incluso hay un texto en la Torah, en el que se establecen sanciones para aquél que difame falsamente a una joven de Israel, dañando su reputación.

Así que, al poco tiempo se desposó con Sara. Quién me lo iba a decir, Ahimelec al que le encantaba “ir revoloteando de flor en flor”, ahora se comportaba como el más fiel de los prometidos. Por cierto, tuve que dejarle parte de mis ahorros para que pudiera ofrecer algo de dote, ya que él había despilfarrado, totalmente, las ganancias que obtuvimos en Tiro, es que… estos vividores siempre salen ganando.

Fue un buen tiempo el que pasamos en Gilo, no teníamos la opresión de Karkemish, tampoco el jolgorio descontrolado de Tiro, pero vivíamos en paz, integrándonos en el grupo familiar.

Aunque esto no nos duró mucho. Un día llegaron unas nuevas que no cayeron nada bien, en el seno de nuestra comunidad:



CAPÍTULO 9.
TRAS DAVID


David, el que había de ser rey según nos decía Eliam, el oficial más querido del ejército de Saúl, se había convertido en un fugitivo de éste, al que perseguía de manera implacable.

David era muy querido por el pueblo, y aunque Saúl lo buscaba sin descanso, muchos de los que lo habían visto en su huida no lo delataban, pues recordaban cuán grandes victorias el Eterno le había concedido, cuando salía con el ejército.

Un día, un amigo de Eliam le comentó que se había visto a David por la zona de Adulam y que muchos se estaban uniendo a él. Eliam no lo dudó, cogió sus armas, provisiones, puso en orden su casa y se encaminó a buscar a David. Ahimelec y yo marchamos con él.

La región de Adulam estaba como a un día de camino dirección suroeste de donde nos situábamos. Es una zona en la que abundan las cuevas, y en una de ellas, de difícil acceso, encontramos a David.

Sus padres y hermanos se habían unido a él. Igualmente, todo el que tenía deudas, o había estado oprimido o huía de cualquier problema, se estaba uniendo a él. Por ese motivo se trataba de un grupo variopinto, con gente de distintos ánimos e intereses, gente con buenas intenciones y otros con corazón más sombrío.

Cuando llegamos a la entrada, nos dieron el alto, nos rodearon y empezaron a interrogarnos con desconfianza, pasamos un momento de tensión, mas Eliab el hermano de David que había servido con Eliam en la batalla de Elah, les habló diciendo:

-¡Tranquilos, conozco a este hombre! Es un varón justo y de una sola palabra, podéis dejarlos pasar con total tranquilidad- los hombres que nos rodeaban guardaron sus armas y Eliab nos llevó hasta donde se encontraba David.

Aunque aun era joven y de buen parecer, ya se notaba en su rostro la huella y la dureza de la guerra, tenía varias cicatrices no muy grandes en el cuello y los brazos. Yo me lo imaginaba más alto, pero sí parecía bastante robusto, no era grueso, pero tampoco delgado, y se notaba en sus brazos, el duro entrenamiento y las batallas que ya había librado, pues parecían poderosos. Al vernos nos preguntó:

-¿De quién huís?, ¿tenéis muchas deudas?, no avergonzaros. Aquí cada cual tiene su historia- hablaba con decisión y había fuerza en sus palabras, pero a la vez notábamos que se dirigía a nosotros con cortesía.

-No, mi señor- respondió Eliam- tu siervo conoce personalmente a Samuel, quien me reveló que Saúl ya no tiene el favor de Yahweh, y que el trono de Israel te ha sido dado. Por eso he decidido seguirte, pues sé que la palabra de Yahweh, siempre se cumple.

Los hombres que me acompañan son de origen heteo, hombres fuertes instruidos en la guerra y que han decidido formar parte de los escuadrones de Yahweh, Bendito sea, pues incluso ya se han circuncidado.-

Al escucharnos David se quedó perplejo, sonrió, alzo las manos al cielo y alabó allí mismo, delante de todos al Eterno, diciendo:

-¡Bendito eres tu Adonai, Rey del universo que has utilizado a estos hombres para fortalecer mi ánimo y para recordarme que siempre cumples tus promesas, alabado seas por siempre!-

Enseguida nos abrazó y nos dijo:
-¡Bienvenidos hermanos!, es un honor que os hayáis unido a nosotros, no tengo ni puedo prometeros riqueza, ni comodidades. Si os quedáis hallaréis batallas, escasez y penalidades, pero no me equivoco si os digo que veréis grandes maravillas y el poder del Eterno.-

Realmente, había algo especial en David; demostraba mucha sabiduría e intentaba seguir los mandatos del Bendito. Por ejemplo, al poco de llegar nosotros, buscó refugio para sus padres en Moab (su bisabuela había sido moabita, Ruth, de quien Eliam me contó la historia), preocupándose por el bienestar de ellos como manda la Torah.

También tenía un don para componer música con su pequeña arpa, y las canciones que escribía en unas tablillas que él mismo preparaba, siempre daban gloria a Elohim, nunca había visto a nadie semejante entre los jefes militares que conocí en Karkemish.



CAPÍTULO 10.
SALMOS EN LA NOCHE


Una noche en la cueva, me tocó estar de guardia en la entrada, y al finalizar mi turno, ya tarde, observé que mi futuro rey, estaba alejado del resto de los hombres en un rincón, con una lámpara de aceite, tocando suavemente el arpa y cantando, apenas susurrando. Me acerqué despacio y escuché lo que entonaba:

-…este pobre clamó, y el Señor le oyó, y lo salvó de todas sus angustias.

El ángel del Señor acampa alrededor de los que le temen y los rescata.

Probad y ved que el Señor es bueno. ¡Cuán bienaventurado es el hombre que en El se refugia!...-

David observó que lo escuchaba con atención, y me dijo:

-Acércate joven Urías- me sorprendió que recordara mi nombre –ven, siéntate a mi lado, el sueño se ha ido de mí y me vendrá bien tener alguien con quien conversar.

Dicen que eres heteo de nacimiento, ¿cómo es que has llegado hasta aquí?- me preguntó, y abriendo mi boca le conté la historia de mi vida hasta ese momento y cómo me había convertido de los ídolos a Yahweh.

Él me escuchaba con atención, nuestra presencia allí le complacía, y con el paso de los minutos me abrió su corazón.

Me contó como había tenido que huir de Saúl, a pesar de ser su yerno e íntimo amigo de su hijo Jonatán, de quién se había despedido con muchas lágrimas no hace mucho. Me dijo que el miedo se apoderó de él y actuó por impulsos, inconscientemente en parte, mintiendo al sacerdote Ahimelec para recibir su ayuda y escapando imprudentemente hacia Gat de los filisteos.

Y que allí, en tierra filistea, fue reconocido y para salvar la vida tuvo que hacerse pasar por loco, para evitar ser apresado, me contó como vio la muerte de cerca y experimentó la salvación del Eterno.

-La canción que me escuchabas cantar- me dijo –la compuse al poco de llegar a la cueva, recordando este suceso.-

Y así estuvimos varias horas hablando, a la tenue luz de la lámpara, y me cantó algunas canciones más que el Eterno le había permitido componer allí, recuerdo algunos párrafos que decían:

Clamo al Señor con mi voz; con mi voz suplico al Señor.

Delante de El expongo mi queja; en su presencia manifiesto mi angustia.

Cuando mi espíritu desmayaba dentro de mí, tu conociste mi senda.”

Fue un buen tiempo el de esa noche.

Los días pasaban y se observaba como la moral de David iba aumentando de la misma forma que el número de los hombres que estábamos a su mando, ya éramos unos cuatrocientos.

La cueva era un buen refugio, casi inexpugnable y muy fácil de proteger, además contábamos con la lealtad de las aldeas cercanas, a quienes protegíamos, para no ser descubiertos.

Los hombres parecían estar acomodándose allí, y hablaban incluso de establecerse, trayendo a sus familias. Sin embargo, un día, después de consultar a su Dios, David dio órdenes de levantar el campamento y marchar hacia tierra de Judá.



No hay comentarios:

Publicar un comentario