miércoles, 1 de mayo de 2019

RAÍCES HEBREAS (Parte 3)

    ¿Qué hacemos con estos gentiles que han creído? Esta fue la gran pregunta en el Siglo I. Conforme al sermón de Pedro registrado en Hechos 3, los creyentes confiaban en un pronto regreso del Mesías "...arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado". Si el pueblo elegido se hubiera arrepentido, el Mesías hubiera regresado inmediatamente, pero no fue así ya que en su gran mayoría no reconocieron a Yeshúa, aunque varios miles sí que creyeron.




    Los apóstoles y primeros discípulos, como judíos, seguían reuniéndose en sinagogas y asistiendo al templo, donde daban testimonio a sus conciudadanos de que Yeshúa era el Mesías que tanto tiempo habían esperado.

    Sin embargo, el Maestro había ordenado que le fueran testigos, no solo en Judea, sino hasta lo último de la tierra, y tras el hostigamiento por parte de las autoridades religiosas judías, que produjo la muerte de Esteban, muchos discípulos fueron esparcidos. 



     Allá donde iban, seguían dando testimonio de la fe que ardía en sus corazones. Pero hay que aclarar que seguían reuniéndose en sinagogas, donde eran reconocidos como "nazarenos". Es decir, Yeshúa no fundó una nueva religión, no cambió las sinagogas por unos nuevos edificios llamados iglesias, por supuesto no cambió el día de reposo o de reunión, El vivió como judío observante toda su vida. Y los primeros miles de creyentes, como judíos que eran, siguieron viviendo conforme a las costumbres de su pueblo, pero con el gozo de haber reconocido y creído en el Mesías. En este sentido, no había "cristianos" propiamente dichos, en los primeros años que siguieron a la muerte y resurrección del Salvador.

    Por eso cuando Pablo asolaba a los creyentes, no iba a edificios llamados iglesias, iba a las sinagogas buscando a estos nazarenos que tanta aversión habían causado a los principales sacerdotes (Hechos 9:1-2).

    Y, entonces ¿cómo comenzaron a convertirse los gentiles? Pues, hay que decir que en el Siglo I, ya había numerosas comunidades israelitas en la diáspora. Por todas partes del imperio romano se encontraban sinagogas, a las que se acercaban muchos no judíos , atraídos por esta religión contraria a las imágenes y a los numerosos dioses de las demás, que causaba además, un comportamiento ético y moral más elevado entre sus feligreses. 

     De estos gentiles que se acercaban a las sinagogas, algunos se convertían al judaísmo, eran los llamados prosélitos. Sin embargo, el requisito de la circuncisión echaba para atrás a la mayoría (de los varones, pues a las mujeres se les exigían unos requisitos mucho más llevaderos) los cuales asistían como "oyentes" se puede decir, disfrutaban de la lectura de la Torah, los Salmos y los Profetas, y seguían algunas observancias, pero no daban el paso para formar parte como miembros de pleno derecho de la congregación, eran los llamados "temerosos de Dios" -Cornelio era uno de ellos -Hechos cap. 10-.

     Estos fueron los primeros creyentes gentiles que se fueron convirtiendo al Mesías, cuando escucharon hablar a estos nazarenos en las sinagogas. Y, especialmente, cuando Pablo, una vez convertido y encomendado por el Creador a proclamar el evangelio a los no judíos, empezó a explicarles que no era necesario que se circuncidaran para pasar a formar parte del Israel de Dios, empezaron a creer por cientos y más tarde por miles. 

      Podemos ver un ejemplo de esto en Hechos 13:16: "...Entonces Pablo, levantándose, hecha señal de silencio con la mano, dijo. Varones israelitas, y LOS QUE TEMÉIS A DIOS, oíd..." Pablo y Bernabé, al igual que hacía Yeshúa, acudían cada sabath a la sinagoga y allí empezaban a predicar, tanto a los judíos como a estos gentiles que eran llamados temerosos de Dios.

     El hecho de que tantos de estos gentiles se convirtieran, provocó gran sorpresa entre los discípulos, produciéndose un conflicto, pues muchos de los fariseos que habían creído, proclamaban que era necesario que estos creyentes gentiles fueran circuncidados y aleccionados con el fin de que guardasen toda la ley de Moisés, para que pudieran ser salvos (Hechos 15:1). Esto era un gran disparate, pues ¿donde quedaban entonces los méritos del Mesías?

      Hay que aclarar que en los años en que los discípulos eran solo judíos, no había este problema, pues todos seguían la Torah, pero bajo las enseñanzas y en la libertad de Yeshúa, quien proclamó que "mi yugo es fácil y ligera mi carga".

      Pero claro, los fariseos que se habían convertido traían "la mochila" de haber estado "bajo la ley", esta expresión que usa muchas veces en sus escritos el apóstol Pablo, hace referencia a ese agobiante sistema religioso legalista que incluía los preceptos de la ley oral, que ya mencionamos en la entrada anterior.

     Y es a este sistema al que Pedro se refiere cuando dice en Hechos 15:10 y 11 "...Ahora, pues, ¿por qué tentáis a Dios, poniendo sobre la cerviz de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros hemos podido llevar? Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de igual modo que ellos."

    Fue esta polémica entre los que querían judaizar a los gentiles, por un lado, y Pablo y Bernabé por otro, la que dio lugar al concilio de Jerusalén, que viene registrado en Hechos cap. 15.

     Vemos aquí un ejemplo de lo que debe de ser una asamblea, con un funcionamiento "democrático", en el que los apóstoles, los ancianos, los fariseos que habían creído y Pablo y Bernabé, expusieron sus razones y motivos.

     Entonces Jacobo, quien era el que presidía y regulaba la reunión, proclamó la conclusión del debate que tuvieron: (Hechos 15:19-21)

"....Por lo cual yo juzgo que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre. Porque Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las sinagogas, donde es leído cada día de reposo."

    Jacobo lo que hizo, fue aplicar las normas, que ya venían establecidas en Levítico sobre los extranjeros que moraban en Israel, a los nuevos creyentes entre los gentiles. 

     A partir de aquí, encontramos en Hechos dos "denominaciones" por decirlo así, las únicas bíblicamente defendibles: la de los judíos que creían en Yeshúa, que seguían en las costumbres y los preceptos que el Eterno había ordenado a su pueblo, y la de los gentiles que estaban exentos de ellas, salvo estas normas básicas, que invitaban a apartarse de todo lo que tuviera que ver con la idolatría, la inmoralidad sexual y a comer animales con su sangre. Pero ambos grupos tenían el fundamento en la salvación por la gracia y en los méritos del Mesías.

      ¿Significa esto que ya los gentiles no debían obedecer otros preceptos, como honrar a los padres, no robar, no mentir...? ¡claro que no!, por eso dice que cada sabath la Torah era predicada. Ya, poco a poco, los creyentes gentiles irían conociendo de todos esos preceptos maravillosos.

       Esta era la solución perfecta, siendo la asamblea de Jerusalén la que guiaba, por decirlo así, a las congregaciones gentiles. Lo que ocurrió es que,  después del concilio, primeramente, siguieron existiendo grupos que buscaban judaizar a los gentiles, y después, con el paso del tiempo, fueron los gentiles los que quisieron borrar toda influencia o raíz hebrea de sus congregaciones, lo que, poco a poco, dio lugar al tremendo sincretismo con el paganismo que entró de lleno en las iglesias. 

      Y, aunque la reforma se sacudió bastante de ese sincretismo, aún quedan en las iglesias evangélicas muchas tradiciones y doctrinas que no se ajustan fielmente a la verdad del relato bíblico, de las cuales fui consciente una vez que me introduje en las raíces hebreas de mi fe. De esto, básicamente, tratan las entradas de este humilde blog.

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